Cristo en nuestra barca (2006)

Por José Alberto Garza del Río

Escuchando el Evangelio del 12° Domingo ordinario, aquel relato del hecho que hace decir a los discípulos: “¿Quién es este que hasta el mar y los vientos obedecen?”, nos hace pensar cómo podemos hacer que la protección y compañía de Cristo permanezcan en nuestra barca para que no se hunda, no se la trague el mar, no nos ahoguemos, y al contrario lleguemos a nuestro destino: LA VISIÓN BEATIFICA DE DIOS. 

Luego entonces ¿qué significa que Cristo esté en la barca de nuestra vida, de nuestra familia, en la barca de nuestro corazón para que no sucumba y nos asfixiemos en el mal? Para que podamos enfrentar los problemas de la existencia, para que podamos descubrir la belleza de la vida que a veces nos parece una ilusión o una linda idea de y para románticos. 

Como lo ha explicado la Iglesia, como lo han señalado muchos filósofos, entre ellos Aristóteles… Es necesario tanto la disposición interna como la externa. De poco sirven los actos externos si no están cargados del acto interno. Y de nada sirve el acto interno (la intención, la buena voluntad) si no se acompaña del acto externo. Hay un dicho que dice que el infierno esta plagado de buenas intenciones… Se dice esto precisamente porque de poco o nada sirve tener buenas intenciones, o ideas, si no se llega a los actos. La acción… define al ser humano… “Del dicho al hecho, hay un gran trecho”. 

Por eso Maurice Blondel decía: “oigo decir que esta apariencia de ser que se agita en mí, que estas acciones leves y fugaces como sombras llevan en sí un peso de eterna responsabilidad”.

Por que lo peor, y de eso casi nunca nos damos cuenta, es que no actuar… es ya una acción, una elección, aunque sea una elección inconsciente. Pero volviendo a lo anterior, no bastan los actos externos, que pueden ser falsos, es decir, actos que no tienen consistencia, porque no corresponden a una decisión interior. Que Cristo vaya en nuestra barca no significa tener un crucifijo en nuestra habitación, o al Sagrado Corazón con un bonito marco en la sala, y ya, no basta con eso. O asistir los domingos a misa y basta, todo eso es necesario y de hecho es un reflejo del amor a Cristo, pero también puede ser reflejo sólo de un sentimiento momentáneo, o reflejo de influencia de otros, o de la tradición familiar sin que implique algo íntimo o personal que verdaderamente existe en el corazón del que realiza aquel acto. Es simplemente una simulación, hecha sin mala intención, pero al fin y al cabo una simulación. ¿Cómo discernir la diferencia? “Por sus frutos los conoceréis”.

Que Jesucristo vaya en nuestra barca, que este verdaderamente con nosotros, depende de nosotros mismos, porque Cristo ya desde toda la eternidad desea estar en mí o en ti. El problema es si el ser humano se lo permite o no, si se abre a la gracia… si tiene fe. No podemos decir que tenemos fe en Cristo si no cumplimos sus palabras o si no le conocemos. De hecho el que no cumple los mandamientos no le conoce y no conoce la verdad. Quién no permanece en el amor no le conoce. La fe sin obras esta muerta. Simplemente no es verdadera fe. “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te demostraré mi fe” decía el apóstol Santiago. 

El P. Ladislaus Boros, S.J. menciona en su libro Sobre la oración cristiana que “la fe no es un sentimiento o una experiencia que tenga sentido por sí mismo, sino por la unión, la religación con una persona, con el Dios revelado. Y esta unión permanece aunque el sentimiento cambie o aún incluso desaparezca”. 

Entonces, la presencia de Cristo en nuestra barca se resume en el amor a Cristo. Para que Cristo este verdaderamente en nuestro corazón hay que amarle. Por el amor se une el amado y el amante. El amor es el vínculo espiritual que todo lo puede, y que trasciende la muerte. Pero a veces se le confunde con cosas que no lo son verdaderamente.


Pero ahora, ¿qué significa amar a Cristo?: 


1.- Conocer quién es Cristo: "No se puede amar lo que no se conoce". Por lo tanto en primer lugar amar a Cristo implica conocerle. Claro que se empieza con un conocimiento externo, por lo que otros nos dicen de Él. En este caso los Evangelistas, donde narran lo que Cristo hacía y decía, y lo que nos dice la Iglesia de Él, lo que enseña el Papa, los obispos y sacerdotes. Además también le conocemos en sus santos, como el Papa Juan Pablo II, como en la madre Teresa de Calcuta… como "il poverello d’Asisi", en quienes se cumplen las palabras de San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta vida, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amo tanto hasta entregarse [a la muerte] por [amor a] ”. Posteriormente y sobre todo en la oración, el ser humano puede llegar a conocerle personalmente. Es decir, dejando que Cristo mismo se manifieste al alma y le diga y le haga sentir quién es. Pero esto viene después y con los años de perseverancia y con la conversión en el cumplimiento de los mandamientos. 


2.-Permanecer en su palabra: Esto incluye el cumplimiento de los mandamientos que implica en primer lugar conocerlos y memorizarlos. El catecismo de la Iglesia Católica ofrece una clara, profunda y sencilla explicación sobre lo que cada mandamiento implica. Pues somos ingenuos si creemos que hemos cumplido el quinto mandamiento plenamente, por ejemplo, si nunca hemos asesinado a nadie. 

-Es necesario estudiar los mandamientos de la ley de Dios, entenderlos. Aunque en algunos casos pudiéramos no entender su razón de ser, o simplemente podríamos decir que no estamos de acuerdo, hay que recordar que Dios que es el Creador del ser humano sabe lo que más conviene al hombre. Y que si al principio nos causa sufrimiento cumplir los mandamientos, llegará el tiempo en que sean nuestra miel, el fundamento de nuestra virtud, y de nuestro gozo. Y esto también pasa por el cumplimiento de los mandamientos o consejos de la Iglesia, pues la Iglesia es creación y Cuerpo Místico de Cristo. Aquí me refiero a cosas como cuando la Iglesia señala que el uso de métodos anticonceptivos artificiales va en contra de la naturaleza humana y le degradan, y por tanto su uso es un pecado. Mucha gente no lo entiende y no lo cumple pues no esta dispuesta a disciplinarse y moderarse, se prefiere la comodidad, sin embargo, la Iglesia no hace otra cosa más que reconocer y proclamar la verdad y el amor. Es decir a Cristo. (“Todo aquel que escucha la verdad escucha mi voz”) Como lo ha aclarado en repetidas veces la Sagrada Escritura, y la Iglesia misma, todos los mandamientos se resumen en dos: 1)<Amarás a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, y 2) Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Existen muchas razones que justifican y explican que el cumplimiento de los mandamientos es el camino a Dios, pero ahora prefiero sólo apelar a las Palabras y explicaciones del mismo Cristo. 

En el Evangelio de San Juan capítulo 14 en el discurso de la última cena dice Jesucristo a los apóstoles: 


“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él… Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras… Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí… porque separados de mí no podéis hacer nada. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté con vosotros y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado…”


Guardar los mandamientos, significa recordarlos y cumplirlos. Y Cristo claramente lo dice, quién los cumple ese le ama. Quién no, simplemente aunque quiera no le ama, si dice que le ama y no cumple los mandamientos se engaña a sí mismo. Al principio, parece que es imposible cumplirlos todos, sin embargo por eso tenemos la ayuda de la gracia. “Ayúdate que yo te ayudaré” dice un refrán popular que se atribuye con justicia a  Dios. Ciertamente con nuestras solas fuerzas no podremos jamás cumplirlos. Pero si recurrimos a la gracia de Dios, a través de los sacramentos y la oración, puede el hombre lograrlo... (continua)


 Y Él les contestó: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Entonces Jesús se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.  Los hombres se maravillaron, y decían: «¿Quién es Este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?». (Mt 8, 26-27)