En la disociación estructural primaria hemos supuesto que la personalidad era antes de la traumatización un sistema mental relativamente integrado. Sin embargo, esto es más difícil en cuanto a los niños traumatizados. Una personalidad integrada es una adquisición evolutiva. Así, los niveles más complejos de disociación estructural en adultos que habían sido niños traumatizados crónicamente son desarrollados dentro de una personalidad que carece de una cohesión y coherencia normales en un adulto sano.
La complejidad de la disociación estructural parece vinculada a interacciones entre:
1. el nivel de desarrollo, edad y la capacidad integradora correspondiente del individuo (ej. Ogawa, Sroufe, Weinfield, Carlson & Egeland, 1997; Putnam, 1997);
2. la severidad y la duración de la traumatización (ej. Brewin, Andrews, & Valentine, 2000);
3.la presencia de la disociación peritraumática (ej. Marmar, Weiss, & Metzler, 1998)
4. antecedentes familiares psicopatológicos (ej. Ozer, Best, Lipsey & Weiss, 2003);
5. el grado de apoyo social (ej. Ozer y col., 2003);
6. la interrupción de la integración normal de los sistemas de acción del niño, lo que requiere una relación de apego segura (ej. Siegel, 1999);
7. factores genéticos (ej. Becker-Blease y col., 2004)
8. factores de resiliencia (ej. McGloin & Widom, 2001);
Aunque todos estos aspectos no se pueden discutir en profundidad aquí, haremos varias observaciones que forman la base del pensamiento contemporáneo sobre como la disociación en los niños pequeños se convierte en una condición crónica.
La disociación estructural implica inhibición de una progresión natural hacia la integración de sistemas de acción que se han descrito como estados conductuales discontínuos (Putnam, 1997, Siegel, 1999). Supone un déficit integrador crónico debido en gran parte a la combinación de la inmadurez de las estructuras y funciones integradoras del cerebro del niño (cf. DeBellis, 2001; Glaser, 2000; Van der Kolk, 2003) y la regulación diádica inadecuada.
El sentido del yo en el niño está todavía en un estado importante de dependencia (Wolf, 1990: Wolf, 1987) y es dentro de la interacción diádica positiva y segura con el cuidador que los niños adquieren habilidades de mantener, modular, e integrar estados conductuales discontinuos (ej. Putnam, 1997; Siegel 1999; Schore, 2003) que llevarían a la formación de una personalidad relativamente integrada.
Bajo estas condiciones, las redes neurológicas relacionadas con los sistemas de acción de la vida diaria se vuelven más complejas e interactivas a través de un uso constante y consistente, llevando a una personalidad más cohesiva y el individuo está bien adaptado a la convivencia con los otros (Lyons-Ruth, 2003).
Las investigaciones y las observaciones clínicas han demostrado una fuerte relación entre el apego paternal trastornado, el apego desorganizado/desorientado en el niño y la disociación crónica (Barach, 1991; Carlson, 1998; Liotti, 1992, 1999; Lyons-Ruth, 2003; Ogawa y col., 1997). El sistema de apego innato de los niños pequeños incita un enfoque mental y conductual cuando están separados de sus cuidadores. Así, un padre que atemoriza despierta una sucesión de subsistemas defensivos en el niño (fuga, congelación, lucha, sumisión, bloqueo total).
Argumentamos así que el apego desorganizado no está realmente desorganizado. El conflicto entre acercamiento y la evitación que no puede ser resuelto por el niño promueve una disociación estructural entre partes fijadas en varias acciones de apego o en acciones defensivas que están en conflicto una con otra. Dicho de otra forma, los sistemas de apego y de defensa están organizados dentro de las partes, pero no son cohesivos entre las partes.
Los pacientes traumatizados crónicamente presentan a menudo una falta de habilidades de auto-regulación, tanto mentales como conductuales. Éstas incluirían capacidades como una conciencia atenta , competencia interpersonal, regulación afectiva; tolerancia al distrés; capacidad de distinguir entre realidad interna y externa, capacidad de tolerar la soledad; capacidad de regular las emociones auto-concientes (ej: el odio hacia uno mismo, vergüenza, culpa, humillación), capacidad de tranquilizarse a uno mismo; capacidad de reflexionar más que reaccionar; y la capacidad de mentalizar (o sea, imaginar que podrían pensar o sentir otros; ej. Fonagy & Target, 1997; Gold, 2000; Linehan, 1993). Cuando estas habilidades esenciales tienen carencias o no existen, la integración es más difícil de adquirir o de mantener, contribuyendo a la disociación estructural crónica.
Así, la personalidad del superviviente como un conjunto y las partes disociadas diversas se involucran en conductas disfuncionales y resulta insuficiente la tendencia a integrar diferentes sistemas de acción. Por consiguiente, los supervivientes se involucran en patrones de vida inadaptados y tienen alteraciones de las regulaciones psicofisiológicas, como el ciclo sueño-vigilia ; dificultades para comer, problemas con la sociabilidad y el trabajo; alteración de la regulación afectiva y de los impulsos; falta de equilibrio entre trabajo, descanso y ocio; limitaciones en aprendizaje y la exploración del mundo. Los supervivientes emplearán acciones menos adaptadas, de un nivel inferior, en un esfuerzo de compensar sus déficits. En lugar de ser reflexivas, estas acciones sustitutivas (Janet, 1928b, 1945) son típicamente impulsivas, condicionadas, como por ejemplo auto-lesionarse, abuso de sustancias, estrategias relacionales inadecuadas, constituyéndose en base para muchas psicopatologías.
Fuente:
Steele, Kathy & Hart, Onno & Nijenhuis, Ellert. (2023). TRATAMIENTO SECUENCIADO EN FASES DE LA DISOCIACIÓN ESTRUCTURAL EN LA TRAUMATIZACIÓN COMPLEJA: SUPERAR LAS FOBIAS RELACIONADAS CON EL TRAUMA.